miércoles, 22 de febrero de 2017

El asesino del acantilado, de Antonio Manzanera

Antonio Manzanera es una rara avis en el panorama de la novela policial en castellano. Y digo rara avis porque le van los escenarios ajenos a la tradición policíaca peninsular: huye de los bajos fondos de Madrid o Barcelona o de los crímenes rurales y nos lleva a parajes poco habituales en nuestra literatura, no así en el cine, las series o las novelas extranjeras que nos gustan.


Así, Manzanera nos ha paseado en otras ocasiones por el Berlín de postguerra en busca de criminales nazis, por la Europa de la Guerra Fría con sus tramas de espionaje o por los Estados Unidos que vivieron el asesinato de Kennedy.


En una nueva vuelta de tuerca del paisaje Manzanera, con El asesino del acantilado viajamos a una California setentera y ochentera, al Los Angeles previo a los Juegos Olímpicos de 1984, con unos personajes que homenajean a Archer o Marlowe, donde además encontraremos mafia y asesinos en serie.


Siempre suelo decir que, para mí, en una buena novela policiaca la trama y el misterio son secundarios. Pero resulta que también te puede aparecer un cabrito como Antonio Manzanera que, además de lograr una acertada construcción de personajes, un lenguaje preciso y una estructura estimulante, te deslumbra con una trama compleja, desafiante y sorprendente, al más puro estilo de las novelas de misterio o enigma.


Si algo he achacado al autor en anteriores obras es que su estilo algo recargado podía provocar cierta frialdad o distanciamiento en el lector. Pues bien, en este caso Manzanera da con la tecla adecuada, emplea un lenguaje directo y conciso, logrando un equilibro perfecto con el resto de elementos que hacen de esta una gran novela.


Un novelista es bueno cuando crece con cada libro. Y Antonio Manzanera lo demuestra, sin duda, con El asesino del acantilado.



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